Hiding place

Hiding place
Hide me from any, sorry! everyone

domingo, 19 de diciembre de 2010

Tanto y tan poco

Las palabras son eso.

La herramienta con la que podemos dar a conocer lo que pensamos. Lo que nos permite pensar, organizar ideas, poder crear otras. Siempre pasa que, escribir, además de ser una forma de catarsis, es la mejor forma de ordenar las ideas y poder hablar de ese mismo tema con más claridad. Tanto…

No solo ayudan a organizar ideas, son capaces de representar cosas inexistentes [aún] y ser el soporte de aquel que creyéndose incapaz de cambiar este mundo, decida crear uno más bello y sin tantas desilusiones a partir de descripciones en un papel que den forma a aquello que solo está en su mente. Tanto...

Son el gancho, el anzuelo con el que nos atamos a la realidad, al futuro y al presente, el gancho que nos permite acercar la brecha que existe siempre entre la intención de hacer algo y que eso se haga efectivamente. Tanto…

Son el punto común, lo que siendo público permite comunicación, y a la vez, permite diversas interpretaciones de manera que cada persona pueda usarlas para acercarlas y hacerlas más íntimas. Tanto...

Símbolos que tratan de representar, de manera exitosa o no, sensaciones, realidades enteras, mi mundo, el suyo y el que compartimos. Créalo o no, no siempre son el mismo, hardly ever. Tanto...

También viven, a veces creen ser lo suficientemente independientes y no les basta representar mundos, ser el medio que une distintos significados (a través de las definiciones), y son significados ellas mismas: transmiten no solo lo que representan sino todo aquello que el contexto y quien las utiliza pueda añadir o restringir a la idea inicial. Tanto...

Las palabras consuelan, aman, incluso a veces te abrazan, te atan a este mundo y a los demás de distintas maneras que siempre sobrepasan cualquier descripción. Tanto y tan poco...

Y solo eso, palabras, herramientas que sí, provocan infinitas cadenas de causas e influyen constantemente en lo que pasa en el mundo; pero incluso así, solo palabras. Así, no se hace la revolución solo diciéndola ni se ama u odia solo con pensar, decir o escribir estas palabras. Las palabras resultan ser anzuelos que no garantizan nada porque no son infalibles. Tan poco...

Además, el hecho de que sean públicas muchas veces logra reducir su capacidad de representación. Cuando se olvida el objetivo, la pretensión de las palabras, y se las usa por inercia, costumbre; entonces dejan de representar. Decir que estás bien entonces, no representa que de hecho lo estés y en cambio, se convierte en una forma de seguir el día y empezar conversaciones sin-sentido. Tan poco...

Incluso así, reconociendo que cuando las palabras se utilizan sin pensar en su significado se devalúan porque ya no se diferencian entre ellas; éstas, las palabras, siempre están representando algo más, no su significado sino las intenciones de quienes hablan. Intenciones desnudas pero inconscientes. Esto, de ser verdad, de albergar visos de verdad, no sé que tanto o qué tan poco podría considerarse, imagino que ambas, como el resto de las afirmaciones...

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Sin director aún

[No sabe la pena que me dio. Me pareció que había sido innecesario llamarlo y escribirle. Esto de estar queriendo destapar todos los huecos haber hasta dónde puedo llegar deja sin-sabores.
No llegar a los límites, no rozarlos, dejar que los miedos y las dudas te lleven de la mano evitando ciertas situaciones, es simplemente una forma de abrigarse de decepciones para seguir soñando después con qué podría haber pasado and what if...
Incapaces de darle la cara a lo que, de hecho, pasaría...]

martes, 14 de diciembre de 2010

!WTF

[MInd]
- Usted es alguien con la que yo no quisiera hacer muchas cosas que querría hacer con otra mujer...
[Y de qué te quejas? eso era lo que querías, no? No cumplir el prototipo de otras mujeres? Y bueno... a eso es a lo que te lleva que no te vean como una mujer, que no te quieran como una... cosas de ese estilo, consecuencias de decisiones que tomas]
-Usted no es una mujer con la que [solo] tendría sexo...
[La cagué, ¡puta vida!]

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Y según esto, podré conseguir el libro que quiero solo donde ni siquiera saben que lo tienen. (!)

martes, 2 de noviembre de 2010

Ahora pienso en eso, en que ya podría dejarme ir, dejarme caer, dejarme llevar sin remordimiento alguno porque lo estoy disfrutando. Después de darme cuenta de lo feliz, de lo emocionante, de cuánto me gusta, me asusté, me advertí que usted seguía siendo un hombre, y que al fin al cabo, lo más seguro es que se fuera después de que le haya entregado todo. Yo, sin remedio, tendría que superarlo y hasta llorarlo, por qué no, si en estos días en los que estoy en un punto medio, en la zona gris, ni triste ni feliz; podría tocar el fondo y la cima fácilmente, por qué no superarlo de una manera más dramática y ojalá menos duradera, por qué no? [...]

Y bueno... para mi asombro, la preocupación no duró mucho. Acepto las consecuencias, no es un novio lo que yo quiero, no es una relación de larga duración lo que estoy buscando, no es estabilidad ni aburrida cotidianidad, no. Ya tuve la oportunidad de empezar algo parecido a eso: algo seguro, por lo menos segura de que algo sentían por mí; y decidí esto: este jueguito de utilizar los mismos medios sin decirme nada explícitamente. Busqué las cosas así, disfrutar, he dicho por ahí y para recordármelo está este blog y las demás posibilidades...

Quiero, esta vez sí quiero sin quererlo. Esta vez parece menos complicado empezar las cosas porque quiero, me gusta y sin embargo, no lo quiero aún.

[¡Que quede claro, por lo menos, lo perdida que estoy!]

lunes, 18 de octubre de 2010

Emotionally dumb

Pobre hombre... -dice
Quién? -le pregunta mi mamá mientras lo miro con atención.
¡Yo, que soy un guevón! -le responde mi papá.
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Lo quiero mucho- mis únicos indicadores son el tiempo y la preocupación, no encuentro más.
Igual, si preguntan, no fue mi culpa, no es que tenga nada de lo que dicen los test de alexitimia, no, la culpa es de la gente que se tira las palabras por usarlas sin razón alguna, y entonces a mí, que quiero utilizarlas bien, me toca complicarme con ese tipo de cosas, tratando de definir lo que nadie ha definido satisfactoriamente [modestia!], tratando de dar indicadores que no voy a sentir porque no puedo hacer dos cosas al mismo tiempo...[!]
Me he dado cuenta, también, que esto es decisión personal. No es que no pueda decir lo que todo el mundo dice y hacer lo que todo el mundo hace, si quisiera, también podría vestirme igual que todas las niñas para que no me jodan cuando quiero entrar a un sitio. Es una decisión, podría hacer parte de eso, pero no quiero. Viene lo mismo, lo que creo que le da mérito al hecho, no rayo en los límites de lo que puedo hacer y entonces lo que hago no es solo todo lo que puedo sino lo que quiero. No mantengo la línea azúl sobre la roja.
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“… uno empieza fingiendo que menosprecia las cosas y las acaba de verdad despreciando” (pg 188, Basura, Héctor Abad Faciolince)

Quiero fingir algo, no, no quiero fingirlo, quiero sentirlo o no hacerlo, y de repente, cuando quiero cambiarlo, cuando me cansé de jugar, resultan que son reales.

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sábado, 16 de octubre de 2010

Me siento. Triste. Querer las cosas con tantas ansias, esperarlas por tanto tiempo, planearlas, fortalecerlas, a ellas, te hace muy vulnerable...

domingo, 10 de octubre de 2010

Kill-Ing

Me soñé que mataba al hijueputa que vive en esta casa, al hijueputa al que le he visto el culo y el que me ha visto todo. El cristiano converso.

Me soñé que le cortaba la lengua cuando me reprochaba por tener muchos amigos, por quererlos. Puta, me decía.

Se la cortaba por tener cartas que había sacado de mi cuarto y hablar de recuerdos de noches en vela mirándome mientras dormía. Se la cortaba en pedazos, blanca, cuando me cogía los brazos y se abalanzaba sobre mí. Después también, le corté las orejas. Todo se lo cortaba con las tijeras que estaban sobre la mesa amarilla en la que estaba apoyada, mientras su esposa cantaba en el cuarto del lado y en la cocina la portera planchaba.

Lo metía en una bolsa negra y lo acostaba en la cama de su esposa, a su lado, para que no lo extrañara.

Me aterraba: acabo de matar a alguien, ¡matar!

Llegaba mi mamá, que quería ayudarme a organizar. No hay tiempo, le digo, ese desorden de la bolsa no lo arregla nadie.

¡Vámonos, que no me quiero ir a la cárcel, vámonos mamá!

Bajábamos, por las escaleras unas partes, en un ascensor sin paredes, otra.

Me encuentro a una amiga en el camino que va a visitar a la esposa. Abro la boca: No vayas...

viernes, 27 de agosto de 2010

Soñé que me mataban. Mi prima, con algo redondo, me aplastaba la cabeza, la parte de atrás. Me miro al espejo, estoy vuelta nada, no me veo el cerebro ni nada, pero sí hay mucha sangre y la cabeza tiene la forma del arma, que pudo haber sido un balón, un trofeo. Empiezo a tambalearme en la casa que tiene piso de madera. Llego a una escalera. Me caigo, me quedo mirando al techo, no me voy yendo, no veo un túnel, simplemente me relajo. Vuelve mi prima, la que está a punto de convertirse en asesina, y me limpia, la cara y la sangre que hay alrededor.

Sin resentimientos.

Además, solo me acordé del sueño cuando un amigo me dice que estoy helada y me pregunta si estoy viva. Recuerdo el sueño, le respondo que, después de todo, sí lo estoy.

martes, 10 de agosto de 2010

Now, I'm the one who's free of your spell

He vuelto a pensar en usted, en la alegría que me daría verlo, en lo bien que se sentiría abrazarlo. Mucho mejor, supongo, que los encuentros de hoy; después de solo dos meses. Mejor, no porque sea usted una mejor persona, sino porque he esperado más tiempo, la ausencia es más larga: 3 años.

3 años que no han pasado inadvertidos, como si nadie supiera que el tiempo está pasando, como cuando dejas de ver a los niños un tiempo y al verlos nuevamente, no crees que haya pasado ese tiempo para que hayan crecido, para que sean diferentes a lo que recordábamos. No ha sido así ese tiempo por varias razones que los dos conocemos, más yo que usted. Tal vez porque cada que hablo de esto, de las causas y las posibilidades, me acuerdo que no está acá, y ni siquiera cerca.

A pesar de lo escrito mucho antes o hace apenas unos segundos, hoy lo recordé sin dolor, sin impotencia, sin tristeza. Hoy lo sigo queriendo, pero la añoranza puede pasar a segundo plano para darle lugar al ahora, al presente que hoy disfruté.

No querer arreglar los recuerdos, estancándome en el pasado, es defender las palabras vivir, existir, disfrutar. Insisto que todo se remite al presente, debe hacer referencia, ante todo, al presente. Entonces, si dejé de perderme en el pasado (por lo menos la intensión existe), debo dejar de vivir en el futuro, de cosas poco prometedoras que solo lograban entristecerme.

Sin dolor, dije. Sí, sin dolor. Lo pienso sin remordimientos, sin celos, sin nada que me arranque las entrañas.

Por fin dejó de dolerme...

sábado, 31 de julio de 2010

arOs

[Explicación:] Aunque el color naranja podría parecer, en estos tiempos donde todo se tiene que poder porque todo depende de mí, pesimista; no es así. Reconocer que hay cosas por fuera de mi alcance solo significa que para ampliar ese límite (rojo) debe haber un proceso, cambios. Lo que puedo siempre tiene la posibilidad de ampliarse pero en el momento en que deseo o decido, hay establecido un límite que no cambia a menos que cambien también las situaciones en las que quien decide/desea se encuentra.
Después de escribir esto, aunque el "diagrama" podría ser recibido con regocijo por estos tiempos, talvés por considerarlo material didáctico para niños en crecimiento; tampoco todo se puede y esa idea también puede leerse en los círculos del dibujo. Hay unos límites, la razón no todo lo puede, ni conocer ni hacer, y re conocer que existen es algo saludable en todo sentido.
Entonces, si asumimos que ser feliz es hacer las cosas porque quiero, porque de esta forma se garantiza cierta individualidad y libertad, entonces podremos decir también que querer cosas que puedo son una condición necesaria (no sé si suficiente) para ser feliz.
Hacer las cosas porque quiero, eso es ser feliz.
Soy feliz cuando mis posibilidades son más amplias que mis deseos.
Felipe tiene razón en algo: soy una calienta-huevos. No sólo escribo esto porque acepte que lo soy, sino porque descubrí por qué me gusta. Me gusta porque da cierto poder, cierto control sobre la situación.
En estas situaciones, en esas en las que me puedo dar el lujo de ser la última que decide, se amplía mi campo de posibilidades y lo que quiero no me “frustra” (ésta es una palabra muy grande para el tema del que estoy hablando) por sobrepasar mis capacidades y en cambio, hace lo que quiere sin obstáculo alguno.
Entonces escojo decir no a cosas o personas a las que hubiera aceptado más que complaciente cuando no existía la posibilidad y “sufría” por querer más de lo que podía.

sábado, 24 de julio de 2010

Me siento cansada, sin-ganas; triste. Masoquista: quien se asoma por la ventana de los otros y logra extender sus deseos sin poder extender sus posibilidades por medio de comparaciones inevitables y siempre odiosas. Leeré mafalda.

viernes, 23 de julio de 2010

Por un tiempo pensé que los libros tenían un efecto agregado en sus dueños, en los que además de tenerlos, los leen. Es decir, que las personas que leían estaban por encima del resto. Pensé que entre más leían, mejores personas podían ser. Ciertas cosas me han mostrado que no siempre es así, y que incluso los que más leen son los más lisiados para tratar de escribir algo fuera del papel, su propia historia, impedidos para ser protagonista y no lector o narrador, para merecer aunque sea una línea en el papel. Es más, terminan muchas veces, confundiéndose con la “masa iletrada” de la que se ríen, esa que no sabrá cómo pedir un café por el que pagarán tres veces su precio…
[IDon’t like those places].

domingo, 11 de julio de 2010

Instante

No sé desde cuando me empezaron a parecer odiosas las interminables fotos a cada instante, con cada persona, en cada lugar, desde cada ángulo posible en el que se pueda estar. Como si fuera necesaria una prueba de cada cosa que pasa. Como si su sola existencia, la de la realidad, no fuera suficiente.

Nada tengo que justificar cuando las cosas pasan, nada tengo que citar o mostrar. Las cosas pasan incluso si no las recuerdo después. Es esto tal vez lo que impide que queramos cambiar las cosas, nos sentimos anclados por nuestro pasado, aquel que recordamos constantemente, definidos sólo por esto. Desde el ahora estamos pensando ya en la creación perfecta de nuestro pasado, de nuestros recuerdos; lo cual –creo- impide que se disfrute.

Nuestros primeros recuerdos, los que decidimos atesorar, se convierten en la tabla con que se medirán mis siguientes actos. Mi presente no logra diferenciarse mucho del pasado próximo sin que pueda considerarse algo incoherente que sólo puede y debe ser justificado por una alteración excesiva de los sentidos y los reflejos, ojalá pérdida de consciencia.

Pero a pesar de los recuerdos a los que nos aferramos cuando evitamos olvidarlos al tratarlos de manera especial, las cosas cambian. El pasado, de lo que vivimos, los recuerdos que construimos con fotos, cartas, recipientes con letras tal como las que acabo de escribir; todo eso, a pesar de ser real porque pasó, porque encontró lugar para existir (el papel o mi boca, la de cada uno), cambia, deja de ser. Dejas de querer, dejan de gustarte ciertas cosas (no precisamente porque estés evolucionando, madurando); empiezas a querer a otras o de otras formas, tu gusto cambia y tu forma de actuar también debería.

Las cosas cambian, y para no ser esclava del tiempo, del pasado que apenas creo, hay que disfrutar.

Yo, disfruto mucho más las cosas cuando no estoy pensando en ellas. La “consciencia” sobre la situación que se disfruta, siempre trae consigo –en mi caso- la preocupación de que se va a acabar, de que el recuerdo no va a ser suficiente, de que me acabo de tirar el momento. No se puede ser el narrador (omnisciente) y hacer parte de la obra al mismo tiempo. No sin tener que fingir sensaciones a partir de sus definiciones. [Me encantan los diccionarios].

Disfrutar es dejarse llevar por el momento, por las sensaciones, no pensar en él, ni siquiera en palabras que las describan, simplemente sentirlas, vivirlas. “Dejarse llevar”. Esta expresión sí que me parece problemática, para mí, para la menopáusica que odia citar. No porque quiera robarme las ideas de alguien, sino porque no me gusta pensar que todos los caminos ya fueron recorridos y que lo único que queda es crear diálogos ficticios por medio de mis manos y mi boca con palabras, ideas ajenas… Ahhh…

Entonces, ¿Dejarse llevar para disfrutar? ¿Y la resistencia, la voluntad de hacer las cosas distintas al querer dejar de ser unas cosas y empezar a ser otras? ¿Y las palabras, el poder que tienen, la fuerza de la que me valgo para no ser tan incoherente, para cumplirme, para no dejarme llevar por la historia, la costumbre; para que no se ahogue lo que quiero distinto? … sáLm-oN!

lunes, 5 de julio de 2010

Bulletproof

Hace poco le perdí el amor a la esperanza, a eso que creía era el motor de todo cambio, sobre todo de los cambios grandes, los que eran capaces de envolver a toda una sociedad que se creía capaz y poderosa por una vez en su vida. Se lo perdí. No quiero quedarme esperando, no quiero que cosas me queden pendientes, no quiero temerle a la muerte al tener que pedirle siempre prórrogas para poder hacer lo que yo quiero.

La esperanza es lo que permite que las cosas se queden tal como son, que no haya cambios ni sorpresa alguna, que todas las novedades se queden encerradas en un futuro en forma de sueños que nunca llegan, futuro que nunca encuentra tiempo. Futuro que se convierte en el único plazo que no se cumple.

.Sin Esperanza. Para darle la cara a la muerte sin miedo, para darle valor a la vida por lo que permite y no por lo que se debe evitar para darse más tiempo; para "tratar de hacerme invulnerable a las balas". Y es que, finalmente, si “una sola golondrina no hace verano”, no tengo problema en morir en invierno.

domingo, 4 de julio de 2010

Intuición

(Del lat. mediev. intuitĭo, -ōnis). 1. f. Facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento. 2. f. Resultado de intuir. 3. f. coloq. presentimiento. 4. f. Fil. Percepción íntima e instantánea de una idea o una verdad que aparece como evidente a quien la tiene. 5. f. Rel. visión beatífica.
De alguna manera, esto se me perdió en el camino.

sábado, 3 de julio de 2010

Silvia en N.Y. Pedro Juan Gutiérrez

EN EL INVIERNO de 1992 Silvia visita New York por tres meses y se aloja en el apartamento de una prima en 94 St. West, a un costado del Central Park.

Una tarde, diez minutos antes de oscurecer, camina apresurada y cuidadosamente por un sendero del parque. Se concentra en sus pasos porque hay rachas de viento. El piso está helado y puede resbalar.

Es una zona completamente desolada. Sólo los árboles, los bancos y el viento frío. Un poco más allá hay unas canchas de tenis. Vacías. Silvia lleva las manos en los bolsillos de su largo abrigo negro. Palpa un paquete de tarjetas, con la reproducción de uno de sus cuadros. En el reverso está impresa la invitación para la apertura de su primera exposición personal en N.Y. Dentro de tres días. Consiguió una galería que está bien. No es de primera categoría pero tampoco es de cuarta.

Silvia piensa cómo va a organizar el vernissage y hace cálculos para el futuro. Su sueño dorado es encontrar un marido millonario que la mantenga, para ella entregarse totalmente a su arte. El viento está muy frío. Tiene la cara y las orejas heladas. De repente aparece un negro alto y robusto que la agarra por un brazo y le dice algo en inglés. Silvia se horroriza y piensa: “Oh, no, a mí no me puede pasar esto. No puede ser”. El tipo tiene la pinga tiesa bajo el pantalón y el zipper abierto. Ella intenta zafarse pero la sujeta una mano de hierro. Es tanto el miedo que le invade un frío intenso en todo su cuerpo y comienza a temblar. Piensa decirle: “Oh, please, please”. Pero no. Le parece ridículo decir solo eso. Se le olvidó todo el inglés. Es como si tuviera la mente en blanco. De nuevo intenta desprenderse y salir corriendo. El tipo entonces la agarra por los dos brazos y la atrae hacia sí. Intenta besarla. Ella huele su aliento a tabaco y alcohol y se asquea. Ladea rápidamente la cara y se echa hacia atrás. El tipo la besa en el cuello y la chupetea. Ella forcejea un poco más. El hombre la empuja. Silvia pierde pie y trastabillea. El la sostiene para que no se caiga. Es un mastodonte jugando con un pajarito. Silvia es muy delgada y endeble. Y no deja de temblar. El tipo la lanza contra un banco y la obliga a sentarse bruscamente. El permanece de pie. Con la mano izquierda la aguanta por el hombro. Con la derecha busca dentro de su pantalón y saca una tranca negra, tiesa, larga y gorda. ¡Cojones! Silvia la mira. Tiene que mirarla porque está a dos centímetros de sus ojos, y piensa: “¡Coñó, ahora sí se jodió esto. Tremendo pingón, madre mía! ¡Si me la mete me raja en dos, me destroza el muy hijo deputa!” Respira profundamente y se muerde los labios con fuerza. “¡Ay, mi madre, ¿por qué a mí?!” Se acuerda de Jesucristo en la cruz. No reza desde su adolescencia en las “Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús”, en La Habana. Todo pasa por su mente en fracciones de segundo. Se ve arrodillada entre los bancos de la capilla, rezando y mirando a Jesucristo crucificado. Le gustaba. Fue el primer hombre que le gustó. Era bellísimo, con aquel rostro dulce y sereno. Y el trapito blanco amarrado a la cintura y cubriéndolo. Era erótico. Lo más erótico y sensual que podía encontrar a su alrededor.

El negro le decía cosas en inglés. Murmullaba. Demasiado slang. Silvia no entendía. No había nada que entender. Todo era evidente. El tipo se masturbó con la mano derecha y con la izquierda palpó por debajo del abrigo de Silvia y le tocó sus muslos. Ella usa un blue jeans viejo y cómodo. El tipo intenta romper el botón desgarrando la tela. Silvia recordó como un flashazo una película argentina que se desarrolla en la Tierra del Fuego. Federico Luppi tiene que ir a Buenos Aires y se despide de su mujer. Ya a punto de irse, el último consejo es: “Si te van a violar, relájate y goza”.

“Relájate y goza, Silvia, relájate y goza”, se repite un par de veces. Entonces recupera fuerzas y mira la pinga del tipo. Está a medio palmo de su cara. No puede. Le da asco. El tipo sonríe satisfecho. Le están saliendo bien las cosas. Se masturba rápidamente y sigue intentando romper el pantalón. Quiere meterla de todos modos. De golpe Silvia recupera la voz y, sin pensar le grita: -Fuck you, man! Use condón, son of bitch, hijo deputa! Use one condón! ¡Negro singao, maricón, abusador, hijo deputa, ojalá tuviera una pistola aquí, abusador! Fuck you! Use one condón!

El tipo, con su voz bronca, le dijo algo ininteligible y le sonó un par de galletazos por la cara que hicieron estremecer el cerebro de Silvia. El tipo quizás estaba drogado. Pegaba muy duro. Era mejor no enfurecerlo. No tenía preservativos. No le interesaban. Siguió masturbándose con la derecha. Con la izquierda registra en el pantalón de Silvia. Mete la mano por debajo del sweater y la camisa de lana. Toca la suave piel de ella. El tipo no lleva guantes y tiene las manos heladas. Le agarra las tetas. Las teticas. Silvia está muy delgada y tiene unos pechos diminutos. Siente aquella mano grande y áspera cómo las soba y le aprieta los pezones. Silvia piensa velozmente: “Le hago una paja y me voy corriendo. Este negro cabrón puede tener sida. Si me mete esa tranca me raja en dos pedazos y me deja aquí desangrándome. ¡Que se la meta el coño de su madre!” Rápidamente agarró la pinga con la mano derecha y se la masajeó. Es muy gorda y muy larga. Ahora se ha puesto más grande aún. Es enorme. “El forcejeo es lo que excita a este hijodemalamadre”, pensó Silvia. Se la apretó bien al tiempo que le bota la paja. Necesita entretenerlo y que se venga rápido. Silvia sabe hacerlo perfectamente. En La Habana se ha templado a unos cuantos negros. Pero siempre ella tenía la ventaja de ser blanca, joven y bonita. Los negros le perreaban atrás un buen tiempo hasta que al fin ella se decidía a dirigir la operación y llegar a la cama. Siempre tenía el sartén por el mango. Ahora se sentía humillada. Por primera vez en su vida. Le escupió en la cabeza de la pinga, pero casi no tenía saliva. El miedo le dejó la boca seca. Movió la lengua contra el cielo de la boca y acopió saliva porque de lo contrario el tipo le iba a meter la pinga en la boca y la obligaría a mamar. La paja le estaba saliendo bien porque el tipo emitía sonidos de placer. Ella temblaba. Sentía la mano congelada que le sobaba los pezones y se los pellizcaba. Ella se esforzaba con sus dos manos dándole pa´atrás y pa´lante. Se la meneaba y miraba alrededor. Nadie. No aparecía nadie. Aquello era un desierto semicongelado. “Ay, mi madre, si apareciera un policía y le entrara a palos a este negro cabrón”. Ella seguía meneando con las dos manos y mirando a uno y otro lado. La pinga seguía frente a ella, apuntando como un cañón, a medio palmo de su cara. De pronto el tipo le soltó un chorro de leche en la cara. Le bañó el rostro. Y otro lechazo más. “¡Qué cojones! ¡Tenía dos litros de leche en los huevos, el muy singao!”, pensó Silvia. La sorprendió. Ella no lo esperaba tan rápido y ya era tarde. Sintió el sabor ácido-dulce del semen en su lengua, en la garganta, en los labios. El olor acre de la leche. Le entró hasta por la nariz. Soltó la pinga. Se limpió con las manos. Tenía pañuelos de papel en el bolsillo. Los buscó. El tipo ahora se masturbaba él mismo, frenético y jadeando. Seguía soltando chorros de leche encima de Silvia y le ensució el abrigo. Ella volvió la cara. Escupió una y otra vez. Asqueada. El tipo quedó medio desfallecido. Ella lo empujó y salió caminando aprisa mientras se limpiaba con los pañuelos de papel y escupía. Resbaló varias veces en algunos charcos congelados y estuvo a punto de caer al suelo. Seguía con el sabor acre del semen en la boca. Y se había tragado un poco. Lo sentía más atrás de la garganta. “¿Por qué tenía la boca abierta? ¿Cómo es posible? ¿Seré estúpida? La tenía en la punta, el muy cochino, hacía un mes que no se venía. Me soltó dos litros de leche encima. ¡Coño de su madre, hijoputa! Tenía que tocarme a mí. No había otra en todo el parque. Si tuviera una pistola le entraba a tiros”. Iba rabiando y casi corriendo, a pesar de los resbalones. Blasfemaba y temblaba de frío, de nervios, de rabia, de furia, de impotencia.

En pocos minutos llegó al apartamento de su prima. Subió las escaleras hasta el segundo piso. Sacó las llaves y se detuvo antes de abrir la puerta. Cerró los ojos y pensó: “Tranquila, Silvia, tranquila”. Se pasó las manos por la cara, por el abrigo. Ya todo estaba seco. Se alisó el pelo y de nuevo concentró su mente calculadora: “Ya, no pasó nada, tranquila”. Abrió la puerta y entró sonriendo. No había nadie. Sobre la mesa un mensaje escrito con tinta roja en una hoja blanca: “Regresamos tarde. Cena tú sola. Hay pollo en la nevera”. Se quedó leyendo el mensaje una y otra vez. Muchas veces. Fue hasta el equipo de música y lo conectó. Tenía colocado un CD con “La Tempestad”, de Jean Sibelius. La música comenzó a invadir lentamente a Silvia. “Las Oceánicas”. Fue hasta el baño. Dejó la puerta abierta. Se desnudó. Hizo un gran bulto con toda la ropa. Después la botaría, incluido el abrigo que tenía las manchas secas y blanquecinas del semen. Se duchó largamente y lavó muy bien su pelo. Cepilló sus dientes dos veces. Se secó y se puso agua de colonia abundante. Siguió sintiendo asco. Las habitaciones estaban caldeadas y regresó desnuda a la sala, escuchando la música. Se dejó caer en una butaca, echó la cabeza atrás, cerró los ojos, y se olvidó de todo. Solo existía Sibelius. In crescendo.

Un mes después regresó a La Habana. Hacía nueve meses que viajaba. Seis meses en Madrid y tres en New York. Buscaba galerías que se interesaran por su pintura. Yo la esperaba en el aeropuerto. Se sorprendió cuando me vio. No me lo dijo pero lo leí en sus ojos: no esperaba verme después de tanto tiempo y de ciertas peleas telefónicas. Sobre todo en los últimos tres meses. Pero yo estaba enamorado como un perro. Eso es lo peor que le puede pasar a un hombre. Enamorarse demasiado y apasionarse con una mujer bella. Nos fuimos a su estudio. Pusimos a un lado el equipaje sin abrir y nos besamos. Un beso con lengua y chupones. Se nos olvidaron los nueve meses de separación y las broncas telefónicas. Templamos como dos locos. Igual que siempre. Seguimos así unos días más. Una tarde descansábamos en la cama. Lo recuerdo perfectamente. Me dijo: -Tengo que decirte una cosa. -¿Qué? -Quizás tengo alguna enfermedad. -¿Por qué? ¿Templaste sin preservativo? -Me violaron en el Central Park, frente al apartamento de mi prima. -Ah, no jodas, Silvia. -En serio. -No, no. -Sí. -Uff, ¿Y esperaste hasta ahora para decirlo? ¡Tú eres la más papayúa de Cuba? Se quedó en silencio, mirándome. Vio que me empingué muchísimo, y cambió en un instante: -Jajajá. Es un chiste. No me creas. -¿Un chiste? -Sí, jajajá. -Sí te violaron. Chiste ni pinga. -No te pongas así. Era un juego.

Nos quedamos en silencio, mirando al vacío. Me levanté de la cama. Fui a la cocina y preparé café. Me puse furioso. Con rabia como un perro. Tenía ganas de entrarle a piñazos a la pared y romperlo todo a patadas. Cuando regresé con el café Silvia lo había pensado mejor y me dijo: -Cálmate y no te alteres. Te voy a contar cómo fue.

Me lo contó todo. Sin perder detalle. Hasta Sibelius. Se me pasó la furia. Pero no pude olvidar. Una semana después nos separamos. Silvia insistía en irse definitivamente. A Miami o New York. Sólo hablaba de eso. Obsesivamente. “Me siento encerrada en una jaula. Esta isla es una jaula”, me repetía continuamente. Quería que yo me fuera también. Yo no quería irme y ella no lo entendía. Me acusaba: “irracional, sentimentaloide, blandengue, cobarde, aguantón, no tienes por qué aguantar esta mierda”. Yo me defendía: “Está bien, soy un sentimental y no una computadora”. En fin, me desalenté mucho. Ya no podía acariciarla con ternura, no tenía erecciones. Nada. Una tarde cogí mi bicicleta. Puse en una bolsa lo poco que poseía, y me marché. No sé donde vive ni que hace. No sé nada. Alguien me dijo que se casó con un siquiatra millonario, que vive en la zona de Cape Cod y que ha engordado muchísimo. No sé. Yo caí en un estado depresivo que me duró años. Fue terrible y no quiero recordar aquel tiempo: depresivo, furioso, rabioso, desconcertado, borracho todo el día, sin comida, sin dinero, claustrofóbico, con intenciones suicidas, todos los días me templaba a una negra diferente. A veces me pegaban ladillas. Las buscaba entre las más vulgares y prosaicas de mi barrio. Me gustaba golpearlas cuando las tenía bien clavadas, y ellas se arrebataban con mi sadismo. Quizás eso fue lo que me salvó: las borracheras, las mujeres, soltar furia, tirarlo todo a mierda, no esperar nada de nadie. Y escribir. En las madrugadas, borracho, escribía cuentos de todo lo que me sucedía. Era muy divertido. Y seguí adelante. Y aquí estoy.

©Pedro Juan Gutiérrez Silvia en N.Y. es un cuento que está incluido en el volumen El insaciable hombre araña

Un cuento donde toca tragar, pasar para poder seguir leyendo, para no ahogarse. No me quejo: si escribir es como vomitar, el lector no puede esperar estar limpio ni imperturbable, ¿no?

martes, 4 de mayo de 2010

Here you are.

"¿Porqué le es tan difícil creer que alguien la pueda querer tal y como es?"

domingo, 4 de abril de 2010

MovIe

No quisiera que alguien se privara de la imagen. Entonces, como supe que algunos no la habían encontrado en otra parte, es decir, que la querían volver a ver, tenerla depronto; dejo nuevamente la foto de Dash Snow.

lunes, 29 de marzo de 2010

Z

Ahora sí dejó de ser serio para convertirse en algo importante. Últimamente he estado muy activa en lo que se refiere al mundo onírico. Casi todas las semanas sueño y me acuerdo de todo sin que pueda diferenciarlo, es decir, definir el recuerdo como un sueño y no como algo que pasó mientras estaba despierta. No queda clara la línea que separa los dos mundos, espacios, tiempos.
Además, en menos de dos semanas he soñado dos veces que lloro de la manera en que nunca lo hago, haciendo mucho ruido, mojándome las palmas de las manos hasta que quedan inservibles para secar de nuevo ese líquido catártico.

En fin, si los escribo no es exactamente porque quiera recordarlos todos, sino porque no quiero ser justine, no quiero tapar las cosas inventándome otras, quiero reconocerlas, y de pronto mostrar el fracaso cuando se conviertan en material valioso para el experimento del acuario.
Además de soñar de la manera descrita, me soñé con Žižek, con inglés y francés:

Estoy en la Universidad, tengo una clase a la que debo entrar, pero no alcanzo porque he sido escogida, sin concurso alguno, para acompañar a este señor, al que reconozco en el sueño, pero al que no le hablo, incluso después de saber redactar varias dudas que tengo.

En fin, me monto a una miniban blanca y nos llevan a los colegios que debemos. Estoy con otras dos personas que son los encargados de traducir lo que Žižek dirá en su idioma, que tiene un particular acento zapateado, como el de cualquiera que haya nacido en la Europa oriental. Ellos hablan entre ellos, nosédequé, pero constantemente. Yo le pregunto, creo que al conductor, si han hablado con la universidad, pues yo debía estar en esa clase de la que tengo ciertas dudas. Me dice que sí varias veces, no le creo, pero después de entrar al auditorio y sentarme al lado de uno de los intérpretes "profesionales" de Žižek, se me olvida esa clase, me doy cuenta que voy a disfrutar más esto, y ya no importa el espacio que debería estar ocupando, sino el vacío que estoy llenando.

Mientras caminábamos hacia la entrada, habían varias personas en el camino, no muchas, pero todas vestidas de negro. Nos sentamos pues, en el orden que ya había dicho, Žižek al frente del intérprete y la intrusa, que soy yo.

Él empieza a hablar, habla sobre tres conceptos que ahora no recuerdo, empezaban por M, y los tres se complementaban de una forma tan clara que la exposición no podía durar mucho más de lo que esa frase le acababa de robar al tiempo. Alguno de los intérpretes traducen lo que acaba de decir, deciden por medio de miradas quién se le medira a la gran hazaña. Para finalizar, Žižek dice algo sobre los cambios, lo sé, porque los intérpretes no fueron capaces de responder a su propia mirada y a la de los que, presentes, esperaban poder entender lo que acababa de decir; pero yo sí. Antes de intervenir, los miré a ellos, los "profesionales", me metí en el juego de miradas para saber si alguno se aventuraba a decir cualquier palabra antes que yo, que seguramente estaba pensando de manera equivocada lo que acababa de decir. Ante su incapacidad, logro hablar, aunque no sin dificultad. Recuerdo haber dicho primero: Il est en train de parler sur les changements [¡...!]corrijo en seguida y digo: the changes, con una voz bastante chillona que trata de enfatizar y conectar lo que venía diciendo con el final de la frase que, naturalmente, ya no recuerdo.

Todos sonríen y le aplauden a Žižek, él sale rápidamente y se monta en la ban blanca. Lo sigo, me siento dentro del carro y me doy cuenta que le pide al conductor que lo lleve al siguiente colegio, que parece escuela por ser más pequeño. Están dejando a los traductores detrás. Ellos corren y yo hago muecas por fuera de la ventana para que sepan donde vamos, para que nos sigan y corran, como si no fuera suficiente con que vieran al busesito alejándose. Para su fortuna, el colegio resultó ser muy cerca del anterior, y los traductores no tuvieron problema en llegar primero corriendo y después caminando el recorrido. Me pregunto de qué sirve una ban si no hay largas distancias, pero sigo a Žižek, con el que no he cruzado palabra alguna, al que ni siquiera he mirado a los ojos.

A la entrada de este colegio hay unas monjas que le cojen la mano a la personalidad que dije seguía, se lo llevan por un caminito hecho de cemento derecho, directo a nosédónde; mientras a mi, me guía un joven hacia una casa de varios pisos. Él sube primero, yo después, hay escaleras, y es difícil subir, toca pasar por encima de unos tubos y por debajo de otros, y es más alto de lo que creía. Llego hasta un punto, estoy encima de un tubo de madera naranja, al lado de una ventana alargada, de marcos naranjas también, casi cafés. El guía se da cuenta que paré, baja y me dice algo- no me acuerdo de casi nada en este momento- mueve la boca, supongo, pero nada más. Los profesionales suben, se acercan, veo a Žižek por la ventana devolviéndose y se acaba el sueño.

jueves, 18 de marzo de 2010

Pudrir

(Del lat. putrere). 1. tr. Hacer que una materia orgánica se altere y descomponga. U. t. c. prnl. 2. tr. Consumir, molestar, causar impaciencia o fastidio. U. t. c. prnl. 3. intr. Haber muerto, estar sepultado.

lunes, 8 de marzo de 2010

NotEnough

Laura Lucia González Marín

para sergiofajardo
mostrar detalles 27/02/10
Buenas noches,
De antemano le agradezco que se tome la molestia de le leer lo que me propongo a escribir.
¿Está consciente de la responsabilidad que siempre trae creer que el cambio es posible?
Es decir, su campaña, por la forma en la que la ha llevado a cabo, por el mensaje mismo, ha llevado a muchos colombianos a llenarse de esperanza y volver a creer que la política puede ser distinta. Sólo este paso es representativo, pues supone tener que dejar de lado, o por lo menos no basarse del todo, en las malas experiencias, las constantes promesas que nadie es capaz de cumplir después de que ya no depende de los "votantes" para mantenerse en el poder (Lo digo no porque la democracia deba funcionar así, sino porque acá funciona así. Los ciudadanos siguen sin merecerse del todo ese título, no hay control sobre lo público).
Entonces, no le estoy escribiendo para preguntarle qué va a hacer respecto a cada problema que nos agobia: la seguridad, la salud, la educación, las relaciones internacionales o la economía. No dejo de preguntarle por la agenda de gobierno en la que está pensando, no porque me parezca irrelevante, sino porque el objeto de este correo es otro.
Yo le escribo, para recordarle la importancia, la responsabilidad que tiene impulsar a la gente a creer, después de que ya habían dejado de hacerlo, le escribo para sugerirle, que por favor, si no cree en cada palabra de aliento, de confianza para albergar nuevamente en nosotros la esperanza, la posilidad de cambio, no lo haga; porque más daño que el que han hecho tantos años de lo mismo, de corrupción asfixiante, de olvido de la base humana del Estado, de violencia y mentiras; es un discurso que promueva lo contrario y que finalmente se ahogue, se rinda a esa tradición política que criticaba.
¿Porqué escribirle ésto? Pues verá, hace dos semanas, leí en una clase la directiva 10 de 2002 del presidente Uribe que hablaba de una nueva cultura de lo público, de la necesidad de eliminar la politiquería y e clientelismo para poder asegurar un mejoramiento en las finanzas públicas y por lo tanto en los indicadores sociales. Pensaba en lo fácil que se ha vuelto hablar para la gente, como si las palabras no fueran capaces de crear compromisos a futuro vinculantes, como si fueran, por el simple hecho de estar escritas en un papel o en la garganta o en los oídos de la gente, fácilmente pisoteadas, olvidadas y mediatizadas para conseguir fines mucho menos nobles que lo que su propia definición nos indicaría. Pensé también en las elecciones, en lo difícil que se hace creer en las palabras de las personas cuando están necesitadas, en este caso de mi voto, del de todos.
Busqué después las campañas, los slogans, las propuestas y las publicidades que en este momento abundan. Re-encontré la suya, y quise asegurarme, ahora que todavía existe la posibilidad, aunque pequeña, de que Usted sea quien reciba este correo, lo lea y lo responda si lo cree necesario, de advertirle sobre la importancia de las palabras que usa y también sobre la confianza que me arriesgo a depositarr en Usted al creerle.
Aclaro, para que no se asuste, que ser depositario de mi confianza no significa que sea depositario de mi responsabilidad. No pretendo deshacerme de ésta.
Espero que este país se dé la oportunidad de creer, y que Usted, Sergio Fajardo,sea responsable del sentido de las palabras respeto, decencia y dignidad.
Muchas gracias por su tiempo y su atención,
LauraLucía
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Sergio Fajardo

para usuario
mostrar detalles 28/02/10

Mi Querida Laura Lucía,

Tremendas tus palabras, pero ciertas. Ten la certeza de que he pensado muchas veces sobre lo que dices y tengo conciencia de mi responsabilidad. No te preocupes, nunca fallaré, un abrazo, Sergio.

De: Laura Lucia González Marín [mailto:lauraluciagonzalezmarin@gmail.com] Enviado el: Sábado, 27 de Febrero de 2010 11:26 p.m. Para: sergiofajardo@une.net.co Asunto: Mensaje

- Mostrar texto citado -

Se certificó que el correo entrante no contiene virus. Comprobada por AVG - www.avg.es Versión: 9.0.733 / Base de datos de virus: 271.1.1/2713 - Fecha de la versión: 02/27/10 14:34:00

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LauraLucía

martes, 19 de enero de 2010

Concupiscencia

1. f. En la moral católica, deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos.

Para que la definción sea más clara, me atrevo a ajustar la entrada después de haberla publicado, después de los comentarios. Espero no importe.

deshonesto, ta. 2. adj. No conforme a razón ni a las ideas recibidas por buenas. 3. adj. ant. Grosero, descortés, indecoroso.

Confesonario

Escribir sobre el miedo de reconocer un modelo de mujer que no me agrada. Darme cuenta que a pesar de muchas cosas, soy una y lo seguiré siendo, por mucho que le duela a la feminidad o a los tipos a los que les he dicho que no.

Desde siempre, pero esta navidad de manera más acentuada, he estado pensando sobre lo que se crea alrededor de la mujer para darle un sentido. Siento que hay imágenes, historias, palabras que toman tal fuerza que después no hay nada que pueda evitar que se vuelvan reales. Y ante la resistencia, siempre hay algo que se pierde...

No sé por dónde empezar, hay varias cosas que quiero tocar, veremos si me alcanzan los dedos.

Supongamos que el orden, ser capaz de malograrlo en cualquier medida, es algo bueno. Siendo así, enumeraré, aunque sólo sea un adorno pendejo que trate de decir que soy seria.

Primero, esta navidad, la del 2009, me he dado cuenta que de 7 primas con más de 18 años, hay 5 que ya tienen bebés. De esas 5, 4 lo tuvieron, a su hijo, entre los 18 y los 20. Yo tengo 20… mmm ¿a dónde vas, querida? Voy… a decir lo siguiente, a escribirlo primero, claro. Me da miedo eso, esa vida, tener que estar cargando un bebé y cambiarlo y darle el tetero y esas cosas. No importa lo bonito que digan que es, ni cuán normal parezca ya esta noticia para los papás, es decir, los abuelos. No importa nada, no importa si tiene ojos azules o cafés, si tiene el pelo amarillo o no, si es negro o blanco, si ya creció un poquito y tiene 6 años o si por el contrario apenas empieza su desarrollo; no importa nada, de mi intención por sonreírles sólo resulta una mueca que los hace llorar y que hace que los grandes se rían de mi cara de asombro, según ellos.

Ja! ¡Grandes?, grande yo sentada en la parte de atrás del salón con gafas y paladar. Sí, más grande yo cuando tenía 10 años que ellos que ahora tienen un poquito más. ¡Grandes?¿Grande vivir en la casa de mis papás con mi hijo y mi novio, convertido en esposo por este pequeño compromiso? ¡Grande? ¿Grande quedarme en una casa limpiando y cocinando, durmiendo y comiendo? ¡Grande?

No jodás! Grande es otra cosa. ¿Qué quieres ser cuando crezcas, cuando seas grande?

-Cuando sea grande quiero ser _____ [fill in the blanks]

Eso era ser grande! Ser lo que uno quisiera, no lo que tocó y consentí. No lo único que queda por hacer, no repetir lo poquito que pude ver. Nononono. [Confieso, confieso que escupir esto me da miedo, definitivamente no quiero que me caiga en la valiente y orgullosa cara. No me gusta mi saliva, es más, yo nunca me daría un beso...]

¿Miedo?. Sí, miedo a esto, a que el peso de la historia sea más fuerte que la voluntad, que cualquier decisión. Miedo a que un roto en un condón no me deje decidir, a que el 99% de efectividad de los anticonceptivos no me toquen y sólo quede con el maldito 1...

Sí, definitivamente estoy traumatizada, siempre he tenido miedo a caer en esa marcha incansable de martillos, a ser el argumento del que no cree y no hace nada, y no el respaldo de la fe en una semilla que puede dar distintos frutos…

Segundo, sobre las "mujeres buenas"...

[El numeral 2 y 3 estarán en próximas entradas]

lunes, 4 de enero de 2010

DanielaNodirémiapellido.

Estoy esperando a una amiga de Bogotá para empezar ferias. Viene mañana, el día del cumpleaños de Daniela. Dormí hasta las tres de la tarde, desde las 2, creo. La verdad no me da sueño en estos días, creo que podría pasar derecho sin mayor esfuerzo, pero igual, si me acuesto, incluso sin sentir que necesito descansar, me duermo casi inmediatamente. Eso pasó esta tarde, me acosté en la cama de mis papás mientras se iban y dormí hasta las 3. Tuve el siguiente sueño:

Daniela y yo íbamos a esperar a Carolina. Íbamos hacia el terminal, que resultó ser algo muy parecido a una fonda, aunque eso lo supe después. Cuando llegamos al terminal ella se subió a un bus muy viejo y dañado. No sabía a dónde iba, pero la seguí, me monté en el bus con la maleta sobre la espalda mientras trataba de contestar mi celular, creo que era mi mamá. Mientras yo hablaba, explicándole dónde estaba, Daniela se salió del bus, como si se hubiera acordado de algo que no podía dejar. Yo estaba enredada con la maleta y el celular y la miré por el vidrio de atrás, seguía teniendo el celular en mi mano, pero ya no había conversación.

Primero pensé que después me alcanzaría, pero como todavía seguía lloviendo mientras el bus se alejaba del terminal, me bajé y pensé que era mejor ir a buscarla. Me tapé con la maleta y llegué hasta el supuesto terminal que parecía más una fonda. Me senté en una silla hecha de troncos de madera, dos como base y uno más largo partido a la mitad sobre ellos. Alguien tomó mi orden, no me acuerdo que era, de pronto agua o una gaseosa.

La parte que sigue no la recuerdo muy bien. Creo que apareció un bebé en un coche mientras con los codos encima de la madera esperaba algo. Creo también que me dolía, pensaba en el hecho de salirme del bus, de haberla cagado y no poder encontrarla. Me sentía desubicada. Después llegó Daniela y se sentó en la silla que hacía parte de la misma mesa, pero en la de enfrente para poder mirarme de frente. Llegó con alguien, no me acuerdo muy bien, de pronto F o una vieja del colombo. Después llegó un extranjero, creí que era un alemán, porque no le entendí nada cuando después dijo cualquier cosa. Ahh! Podría ser cualquiera, pero pensé en ese momento que era un alemán, no un ruso, un gringo, un finés o un polaco. Un alemán.

Cuando llegó y se sentó puso sus pies encima de un tronco que estaba diagonal a ella, a Daniela. Vi las botas, las brama. [Es impresionante cómo los sueños resultan tantas veces en una combinación de imágenes acomodadas aparentemente sin lógica alguna]. Me preguntó cómo había llegado ahí. Le conté la historia, la que acabo de escribir. Me acuerdo muy bien que se la contaba con un aire de tristeza, con ganas de llorar; aunque no con la intensión de ser la víctima y de que ella sintiera lástima. Sentí los ojos húmedos, las lágrimas temblando en el borde de los párpados y yo tratando de concentrarme en hablar con tal destreza que la respiración y el agua en constante creación no chocaran con las palabras. Terminé con “éxito”, sin lágrimas rodando incesantemente por mis mejillas, tttt, nada de eso. Daniela, en cambio, lloró una sóla lágrima mientras le contaba la historia. La pude ver bien, pues contrastaba con la cara que en un momento parecía imperturbable.

Después de terminar mi historia, empezó a explicarme. Alguien se iba a quedar en su casa, el alemán que estaba de intercambio, y ella lo había olvidado. Había vuelto por él, que ahora hablaba o balbuceaba cualquier cosa en inglés que no entendía.

La explicación estaba con un tinte de remordimiento y el alemán queriendo ayudar, nos había invitado a pintar el terminal por fuera con una pintura que revolvía en un sombrero negro. No era muy delicado mientras lo hacía, y me di cuenta, por los regueros que dejaba alrededor, que la pintura era rosada. Teníamos la intensión de hacerlo, incluso nos había parecido una buena idea, pero sonó el teléfono varias veces y logró sacarme de la fonda, aunque lentamente, sabiendo que estaba pasando de un mundo a otro.