No sé desde cuando me empezaron a parecer odiosas las interminables fotos a cada instante, con cada persona, en cada lugar, desde cada ángulo posible en el que se pueda estar. Como si fuera necesaria una prueba de cada cosa que pasa. Como si su sola existencia, la de la realidad, no fuera suficiente.
Nada tengo que justificar cuando las cosas pasan, nada tengo que citar o mostrar. Las cosas pasan incluso si no las recuerdo después. Es esto tal vez lo que impide que queramos cambiar las cosas, nos sentimos anclados por nuestro pasado, aquel que recordamos constantemente, definidos sólo por esto. Desde el ahora estamos pensando ya en la creación perfecta de nuestro pasado, de nuestros recuerdos; lo cual –creo- impide que se disfrute.
Nuestros primeros recuerdos, los que decidimos atesorar, se convierten en la tabla con que se medirán mis siguientes actos. Mi presente no logra diferenciarse mucho del pasado próximo sin que pueda considerarse algo incoherente que sólo puede y debe ser justificado por una alteración excesiva de los sentidos y los reflejos, ojalá pérdida de consciencia.
Pero a pesar de los recuerdos a los que nos aferramos cuando evitamos olvidarlos al tratarlos de manera especial, las cosas cambian. El pasado, de lo que vivimos, los recuerdos que construimos con fotos, cartas, recipientes con letras tal como las que acabo de escribir; todo eso, a pesar de ser real porque pasó, porque encontró lugar para existir (el papel o mi boca, la de cada uno), cambia, deja de ser. Dejas de querer, dejan de gustarte ciertas cosas (no precisamente porque estés evolucionando, madurando); empiezas a querer a otras o de otras formas, tu gusto cambia y tu forma de actuar también debería.
Las cosas cambian, y para no ser esclava del tiempo, del pasado que apenas creo, hay que disfrutar.
Yo, disfruto mucho más las cosas cuando no estoy pensando en ellas. La “consciencia” sobre la situación que se disfruta, siempre trae consigo –en mi caso- la preocupación de que se va a acabar, de que el recuerdo no va a ser suficiente, de que me acabo de tirar el momento. No se puede ser el narrador (omnisciente) y hacer parte de la obra al mismo tiempo. No sin tener que fingir sensaciones a partir de sus definiciones. [Me encantan los diccionarios].
Disfrutar es dejarse llevar por el momento, por las sensaciones, no pensar en él, ni siquiera en palabras que las describan, simplemente sentirlas, vivirlas. “Dejarse llevar”. Esta expresión sí que me parece problemática, para mí, para la menopáusica que odia citar. No porque quiera robarme las ideas de alguien, sino porque no me gusta pensar que todos los caminos ya fueron recorridos y que lo único que queda es crear diálogos ficticios por medio de mis manos y mi boca con palabras, ideas ajenas… Ahhh…
Entonces, ¿Dejarse llevar para disfrutar? ¿Y la resistencia, la voluntad de hacer las cosas distintas al querer dejar de ser unas cosas y empezar a ser otras? ¿Y las palabras, el poder que tienen, la fuerza de la que me valgo para no ser tan incoherente, para cumplirme, para no dejarme llevar por la historia, la costumbre; para que no se ahogue lo que quiero distinto? … sáLm-oN!
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