Estoy esperando a una amiga de Bogotá para empezar ferias. Viene mañana, el día del cumpleaños de Daniela. Dormí hasta las tres de la tarde, desde las 2, creo. La verdad no me da sueño en estos días, creo que podría pasar derecho sin mayor esfuerzo, pero igual, si me acuesto, incluso sin sentir que necesito descansar, me duermo casi inmediatamente. Eso pasó esta tarde, me acosté en la cama de mis papás mientras se iban y dormí hasta las 3. Tuve el siguiente sueño:
Daniela y yo íbamos a esperar a Carolina. Íbamos hacia el terminal, que resultó ser algo muy parecido a una fonda, aunque eso lo supe después. Cuando llegamos al terminal ella se subió a un bus muy viejo y dañado. No sabía a dónde iba, pero la seguí, me monté en el bus con la maleta sobre la espalda mientras trataba de contestar mi celular, creo que era mi mamá. Mientras yo hablaba, explicándole dónde estaba, Daniela se salió del bus, como si se hubiera acordado de algo que no podía dejar. Yo estaba enredada con la maleta y el celular y la miré por el vidrio de atrás, seguía teniendo el celular en mi mano, pero ya no había conversación.
Primero pensé que después me alcanzaría, pero como todavía seguía lloviendo mientras el bus se alejaba del terminal, me bajé y pensé que era mejor ir a buscarla. Me tapé con la maleta y llegué hasta el supuesto terminal que parecía más una fonda. Me senté en una silla hecha de troncos de madera, dos como base y uno más largo partido a la mitad sobre ellos. Alguien tomó mi orden, no me acuerdo que era, de pronto agua o una gaseosa.
La parte que sigue no la recuerdo muy bien. Creo que apareció un bebé en un coche mientras con los codos encima de la madera esperaba algo. Creo también que me dolía, pensaba en el hecho de salirme del bus, de haberla cagado y no poder encontrarla. Me sentía desubicada. Después llegó Daniela y se sentó en la silla que hacía parte de la misma mesa, pero en la de enfrente para poder mirarme de frente. Llegó con alguien, no me acuerdo muy bien, de pronto F o una vieja del colombo. Después llegó un extranjero, creí que era un alemán, porque no le entendí nada cuando después dijo cualquier cosa. Ahh! Podría ser cualquiera, pero pensé en ese momento que era un alemán, no un ruso, un gringo, un finés o un polaco. Un alemán.
Cuando llegó y se sentó puso sus pies encima de un tronco que estaba diagonal a ella, a Daniela. Vi las botas, las brama. [Es impresionante cómo los sueños resultan tantas veces en una combinación de imágenes acomodadas aparentemente sin lógica alguna]. Me preguntó cómo había llegado ahí. Le conté la historia, la que acabo de escribir. Me acuerdo muy bien que se la contaba con un aire de tristeza, con ganas de llorar; aunque no con la intensión de ser la víctima y de que ella sintiera lástima. Sentí los ojos húmedos, las lágrimas temblando en el borde de los párpados y yo tratando de concentrarme en hablar con tal destreza que la respiración y el agua en constante creación no chocaran con las palabras. Terminé con “éxito”, sin lágrimas rodando incesantemente por mis mejillas, tttt, nada de eso. Daniela, en cambio, lloró una sóla lágrima mientras le contaba la historia. La pude ver bien, pues contrastaba con la cara que en un momento parecía imperturbable.
Después de terminar mi historia, empezó a explicarme. Alguien se iba a quedar en su casa, el alemán que estaba de intercambio, y ella lo había olvidado. Había vuelto por él, que ahora hablaba o balbuceaba cualquier cosa en inglés que no entendía.
La explicación estaba con un tinte de remordimiento y el alemán queriendo ayudar, nos había invitado a pintar el terminal por fuera con una pintura que revolvía en un sombrero negro. No era muy delicado mientras lo hacía, y me di cuenta, por los regueros que dejaba alrededor, que la pintura era rosada. Teníamos la intensión de hacerlo, incluso nos había parecido una buena idea, pero sonó el teléfono varias veces y logró sacarme de la fonda, aunque lentamente, sabiendo que estaba pasando de un mundo a otro.
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