Pobre hombre... -dice
Quién? -le pregunta mi mamá mientras lo miro con atención.
¡Yo, que soy un guevón! -le responde mi papá.
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Lo quiero mucho- mis únicos indicadores son el tiempo y la preocupación, no encuentro más.
Igual, si preguntan, no fue mi culpa, no es que tenga nada de lo que dicen los test de alexitimia, no, la culpa es de la gente que se tira las palabras por usarlas sin razón alguna, y entonces a mí, que quiero utilizarlas bien, me toca complicarme con ese tipo de cosas, tratando de definir lo que nadie ha definido satisfactoriamente [modestia!], tratando de dar indicadores que no voy a sentir porque no puedo hacer dos cosas al mismo tiempo...[!]
Me he dado cuenta, también, que esto es decisión personal. No es que no pueda decir lo que todo el mundo dice y hacer lo que todo el mundo hace, si quisiera, también podría vestirme igual que todas las niñas para que no me jodan cuando quiero entrar a un sitio. Es una decisión, podría hacer parte de eso, pero no quiero. Viene lo mismo, lo que creo que le da mérito al hecho, no rayo en los límites de lo que puedo hacer y entonces lo que hago no es solo todo lo que puedo sino lo que quiero. No mantengo la línea azúl sobre la roja.
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“… uno empieza fingiendo que menosprecia las cosas y las acaba de verdad despreciando” (pg 188, Basura, Héctor Abad Faciolince)
Quiero fingir algo, no, no quiero fingirlo, quiero sentirlo o no hacerlo, y de repente, cuando quiero cambiarlo, cuando me cansé de jugar, resultan que son reales.
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