Estoy en la Universidad, tengo una clase a la que debo entrar, pero no alcanzo porque he sido escogida, sin concurso alguno, para acompañar a este señor, al que reconozco en el sueño, pero al que no le hablo, incluso después de saber redactar varias dudas que tengo.
En fin, me monto a una miniban blanca y nos llevan a los colegios que debemos. Estoy con otras dos personas que son los encargados de traducir lo que Žižek dirá en su idioma, que tiene un particular acento zapateado, como el de cualquiera que haya nacido en la Europa oriental. Ellos hablan entre ellos, nosédequé, pero constantemente. Yo le pregunto, creo que al conductor, si han hablado con la universidad, pues yo debía estar en esa clase de la que tengo ciertas dudas. Me dice que sí varias veces, no le creo, pero después de entrar al auditorio y sentarme al lado de uno de los intérpretes "profesionales" de Žižek, se me olvida esa clase, me doy cuenta que voy a disfrutar más esto, y ya no importa el espacio que debería estar ocupando, sino el vacío que estoy llenando.
Mientras caminábamos hacia la entrada, habían varias personas en el camino, no muchas, pero todas vestidas de negro. Nos sentamos pues, en el orden que ya había dicho, Žižek al frente del intérprete y la intrusa, que soy yo.
Él empieza a hablar, habla sobre tres conceptos que ahora no recuerdo, empezaban por M, y los tres se complementaban de una forma tan clara que la exposición no podía durar mucho más de lo que esa frase le acababa de robar al tiempo. Alguno de los intérpretes traducen lo que acaba de decir, deciden por medio de miradas quién se le medira a la gran hazaña. Para finalizar, Žižek dice algo sobre los cambios, lo sé, porque los intérpretes no fueron capaces de responder a su propia mirada y a la de los que, presentes, esperaban poder entender lo que acababa de decir; pero yo sí. Antes de intervenir, los miré a ellos, los "profesionales", me metí en el juego de miradas para saber si alguno se aventuraba a decir cualquier palabra antes que yo, que seguramente estaba pensando de manera equivocada lo que acababa de decir. Ante su incapacidad, logro hablar, aunque no sin dificultad. Recuerdo haber dicho primero: Il est en train de parler sur les changements [¡...!]corrijo en seguida y digo: the changes, con una voz bastante chillona que trata de enfatizar y conectar lo que venía diciendo con el final de la frase que, naturalmente, ya no recuerdo.
Todos sonríen y le aplauden a Žižek, él sale rápidamente y se monta en la ban blanca. Lo sigo, me siento dentro del carro y me doy cuenta que le pide al conductor que lo lleve al siguiente colegio, que parece escuela por ser más pequeño. Están dejando a los traductores detrás. Ellos corren y yo hago muecas por fuera de la ventana para que sepan donde vamos, para que nos sigan y corran, como si no fuera suficiente con que vieran al busesito alejándose. Para su fortuna, el colegio resultó ser muy cerca del anterior, y los traductores no tuvieron problema en llegar primero corriendo y después caminando el recorrido. Me pregunto de qué sirve una ban si no hay largas distancias, pero sigo a Žižek, con el que no he cruzado palabra alguna, al que ni siquiera he mirado a los ojos.
A la entrada de este colegio hay unas monjas que le cojen la mano a la personalidad que dije seguía, se lo llevan por un caminito hecho de cemento derecho, directo a nosédónde; mientras a mi, me guía un joven hacia una casa de varios pisos. Él sube primero, yo después, hay escaleras, y es difícil subir, toca pasar por encima de unos tubos y por debajo de otros, y es más alto de lo que creía. Llego hasta un punto, estoy encima de un tubo de madera naranja, al lado de una ventana alargada, de marcos naranjas también, casi cafés. El guía se da cuenta que paré, baja y me dice algo- no me acuerdo de casi nada en este momento- mueve la boca, supongo, pero nada más. Los profesionales suben, se acercan, veo a Žižek por la ventana devolviéndose y se acaba el sueño.
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