Iuliana era una mujer débil según decían, lloraba mucho y su útero no había albergado ser humano más que por dos meses. Después de ese tiempo siempre sangraba de tal forma y durante tanto tiempo, que las sábanas tenían que ser cambiadas por la criada cada que las campanas de la iglesia sonaban, para impedir que manchara el piso, que después tendría que limpiar. Las dos semanas siguientes, cuando todo había sido expulsado de su cuerpo, dormía un día entero, tal vez dos, pues la sangre nunca llegaba sóla, siempre con dolores tan profundos que gritaba y lloraba, sudaba y susurraba confesiones que nadie entendía.
Cuando recuperaba el color de sus mejillas blancas, iba a la iglesia que le había permitido tener noción del tiempo mientras moria lentamente (siempre decían que no sería capaz de levantarse de la cama), recordándole cuándo alguien entraba para limpiarla. Se confesaba, susurraba, rezaba con los ojos cerrados y con sus manos sobre la boca. Decían que siempre pedía a Dios que le diera un hijo, para honrrar a su esposo que tanto había hecho por ella, o que la matara. Pero esos sólo eran rumores, pues nadie realmente sabía lo que los sus rezos pedían desesperadamente.
Su esposo, Fortunio, la conoció en una taberna. Ojos negros, llenos de tristeza, resignación y lágrimas que miraban al vacío. Siempre se distraía fácilmente. Era elegante y bella a pesar de su vestido y la pintura de su cara. No encajaba en el ambiente de mozas y borrachos, que hacían del amor algo tan sucio. Fortunio se sentaba y la veía toda la noche, como hipnotizado por su rareza. Cada que la miraba fijamente, sentía que el tiempo iba más lento y todo era más bello, más soportable, incluso en ese antro que olía tan mal.
Solía soñar con ella, teniendo una familia de numerosos integrantes (siempre había querido tener muchos hijos, pues sentía que así prolongaría su existencia), pero las peleas que se formaban en la taberna, o algún grito demasiado sutil para el ambiente, lo arrancaban de su mundo para traer a su mente la obvia pregunta: ¿Qué hacía una mujer así en un lugar como ese?. Nunca supo, nadie sabía más de lo que él ya había visto, era una mujer sóla, una moza de mesón que estaba reservada a hombres adinerados, ya habían bastantes para los tipos corrientes, que poco o nunca entraban a un sitio así, seguramente porque nadie sabía aún la joya que se escondía allí, una joya realmente hermosa. Esa información era suficiente, ya no importaba saber más que eso que era el presente que él veía repetirse cada día, pues había decidido hacerla su mujer, se la compraría al tabernero, el comercio, que era un negocio fructífero, le permitía darse esos lujos. Además, pensó que hacía una obra de caridad con la pobre mujer al mostrarle un mundo más decente, también pensó en la suerte que le había traído un pasado miserable, pues de otra forma no la habría conocido.
Finalmente eso hizo, a ella su mujer, al tabernero alguien moderadamente feliz y a sí mismo alguien afortunado.
Así había empezado el matrimonio entre Iuliana y Fortunio, quien veía cada vez más difícil realizar su sueño. Iuliana no parecía feliz, nisiquiera un poco más de lo que era en la taberna, y los tantos hijos que había querido, parecían un imposible que además, amenazaban la vida de la hermosa mujer, que admiraba y quería a pesar de todo.
A Iuliana le gustaba leer, escribir también. Leía cartas y escribia recuerdos, razones y justifcaciones. Todo muy íntimo, tanto que siempre las llevaba consigo. Aveces se la veía llorando sobre esas letras, queriendo terminar de escribir unas inútilmente porque la tinta nunca se secaba a tiempo y siempre las inundaba y las volvían tristes. Le gustaba la lluvía también, le gustaba mojarse, siempre decía que le traía gratos recuerdos, pero nunca decía cuáles. Se mojaba cada que podía debajo del cielo, depronto para que las lágrimas se confundieran con el agua de San Pedro.
Parecía que todo en Iuliana siempre sería un acertijo, pocas palabras dejaba escapar de su boca al igual que pocas sonrisas reales, pocas huellas en ese territorio que pudieran decir algo de su pasado, algo más allá de la taberna.
Un día soleado mientras escribía fuera de la casa, sentada en la tierra, vió a lo lejos a un caballero que al acercarse se le hizo familiar. Era su hermano, se llamaba Eizac y la había buscado desde que su padre había muerto, 6 meses antes, quería informarle que ahora se encargaría del feudo y que a diferencia de su padre, él la quería dentro del castillo, con él, viviendo como siempre debió haber sido. Iuliana estaba desconcertada, no entendía bien todo lo que decía Eizac, se preguntaba si después de tanto tiempo, algo podría volver a ser igual. Pero no habló, sólo logró abrazarlo muy fuerte y llorar sobre su hombro, todo sucio y sudado.
Eizac había sido siempre su confesor antes de que su padre la expulsara del feudo por irreverente e indigna, después ese lugar fue ocupado por alguien ajeno en el campo, un párroco. Cuatro años habían pasado desde eso, se sentía extraña, como viajando al pasado, pero siendo sólo una observadora. Eizac le contó que su padre había cambiado mucho, que al parecer el remordimiento, el orgullo, el honor y su amor, se confundían dentro de sí y le traían espantosas pesadillas que dibujaban en su cara, oscuros trazos debajo de sus ojos. Pero Eizac parecía estar describiéndose a sí mismo y no a su padre, pues era él quien tenía alrededor de sus ojos irritados, oscuros circulos. Iuliana calló y escuchó a su hermano, quien por medio de las palabras se disculpaba y limpiaba su alma:
-Traté varias veces de convencer a nuestro padre de que desistiera de desheredarte, todo fue inútil. Sabes que me habría ido con tigo de no haber sido por su amenaza de quitármelo todo, teniendo yo un hijo y una esposa que no podía dejar desprotegidos, quedando todo lo que nos pertenece, en manos de alguien más, creí que eso era más inteligente, esperar, rezar por ti, y buscarte después. Lo siento mucho, no sé todo por lo que habrás tenido que pasar, creo que moriría si lo supiera, me carcome el alma... no he estado tranquilo pensando en eso... me he sentido como un cobarde todos estos años...tu eres mi hermana...(Sus ojos irritados se sanaban por medio de lágrimas ahora) quiero que te vayas a vivir en nuestro castillo Iuliana, que cures tus heridas allá, porque sé cuáles son, sé que en estos cuatro años nada las supera ni las cicatriza.
Iuliana mientras que con sus manos limpia las lágrimas que bajan por sus pecosas mejillas sucias, le dijo:
-Eizac, no podría expresar con palabras lo mucho que me alegra verte... lamento la muerte de nuestro padre, me duele, pero no más que muchas cosas que han pasado.... yo entiendo lo que hiciste, Sebastiano estaba muy pequeño y la familia de Seisildi… apenas los siervos sobrevivían, sólo la herencia la hizo agradable a nuestro padre. Yo sé todo eso, y te perdono… y quizá lo que me propones sea lo mejor, pero estoy casada.
-Estás enamorada?
-No, yo no conozco esa palabra mas que cuando leo las cartas. Yo... yo aún amo mucho a Zaiton. Todo fue primero con él, todo fue real con él, todo lo noble que un ser humano pueda sentir por otro, eso lo siento yo por él, incluso después de la muerte, todo seguirá igual. Nada ha cambiado desde que mi padre supo que le era infiel a Sesmiro, el poderoso señor de Santiago de Compostela; desde que Sesmiro mató a Zaiton y yo, embriagada de amor y de dolor lo maté a él y me bañé en su sangre, en un ritual de amor. (Mientras hablaba cerraba los ojos, como si lo pudiera ver). Todo igual, el tiempo nada ha curado y en cambio es cruel y el remordimiento se apodera de mi, y me acerca a una iglesia. Pero nunca me arrepiento realmente, nunca rezo, sólo repito las cartas, las letras y revivo el momento. Cada 6 semanas sangro tanto sin llegar a morir… creo que eso es una pena, tener la sangre de Sesmiro dentro de mi, haberla absorbido…
Pero todos creen que soy una buena mujer.
-Lo eres. Nadie nunca tendrá que perdonarte nada. La forma como mataron a Zaiton fue terrible, no es posible que alguien sea tan cruel. ¿Aún conservas la nota que venía con Zaiton aquella noche?
-Siempre…
Y sacando un pequeño papel de entre las cartas leyó:
“Pierdo la cabeza por ti, querida Iuliana.”
Esta fue la única que no escribió sobre mi cuerpo -dijo sollozando.