Hiding place

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Hide me from any, sorry! everyone

jueves, 16 de julio de 2009

Con ganas de vomitar...

Calma, calma, duerma de lado y verá cómo no se ahoga, cómo no se muere ni se las traga, sino que vive y las acompaña.
Día de hastío, hastío físico. Me siento rara, despierto con el sueño entre las pestañas, lo que (creo) impidió que pudieran hacer parte de mis recuerdos; por eso no habrán descripciones de este tipo.
Salí, compartí, esperé un rato, abracé, volví, leí, leí lo que me prestaron, leí los concejos de muchos que sólo uno se atrevió a hacer tangible, alguien que no esperó a que me decidiera. La tarde tomó tintes distintos a los de la mañana. Después de la carne que en reversa pasó por mi garganta, se me entumeció la cabeza. Para contrarrestarlo dormí sobre mis manos, mientras dejaba el libro abierto, mientras recordaba aún las palabras que había dejado “…piernas abiertas…”. Duermo a ratos entre las hojas que quiero acabar para encontrar como excusa de entrega, un nuevo encuentro, uno de los pocos que quedan. Los libros, las letras han logrado que después de un rato de seguir su ritmo, me pierda, me sienta caer con la portada como único soporte. Las páginas crecen o yo estoy un piso más abajo. Es interesante, pero dejo de leer y no voy más allá, no me caigo, no me hundo, no me suelto de las páginas. Dejo de leer un rato y pienso sobre lo que acaba de pasar, pienso en una comparación válida. Comparo entonces, el hormigueo de las manos, de la cabeza, la sensación de estar un peldaño arriba mientras me caigo, comparo la sensación de las extremidades cayendo al suelo presas de la gravedad y de mi voluntad extraviada, con la de fumar sin llegar al vicio. Es mejor el primero, aunque menos sano por ser más duradero. Vuelvo a leer. Entre letras, lagunas y ambigüedades propias trato de explicar lo que veo, veo una caja de fósforos delante de los libros. Veo, después de tomarlos, a los fósforos, lo que escondían: media cajetilla de cigarrillos. Nadie fuma acá, a veces yo y no acá. Además, nunca compro tantos a la vez. Empiezo a dudar de los despojos de lo que hago. Puede que haya sido yo, puede que me los hayan regalado…. Una pista! Recuerdo a alguien encontrando unos en el piso y guardándolos dentro del bolsillo que queda dentro de la chaqueta. Primera conclusión: no fui yo, no tengo de esas chaquetas, miro la que llevo puesta y no, aún no coso el bolsillo que impedirá que me roben mientras camino hacia la 19 por la séptima. Segunda conclusión: fue un hombre, las chaquetas con bolsillos secretos las hacen para los hombres.
Me siento mejor, no tan perdida, tengo los dos extremos de algo que debe tener una secuencia. Primera escena: regalos que, tirados en la calle, alguien guarda dentro del bolsillo interno de su chaqueta. Segunda, tercera, cuarta… de alguna forma se olvida en la primera escena (variedad de posibilidades). Epílogo: el regalo vuelve a hacer parte de la panorámica de este día y trata de reconstruir su camino, imagino que para justificar su fin. Imagino que lo que quieren es perderse en mi boca, pero seré sincera, tengo que decirles que me cansé de las lenguas. Mala suerte, sincera. “No me sirve sin lengua”. Sin pistas, tienes el final, y la parte de un libro que lees, que se cola en tu realidad. Tienes a Emma y a Charles, tienes secuencias distintas. Tienes un principio ajeno y un final que se cola en tu espacio, tienes...
-¡¡Shhh!! tengo una cabeza que me juega sucio. Además, como colador he decidido... mmm, he decidido sentir, ser atravezada, meter el dedo, a pesar de la resistencia de lo estático, como si fuera una aguja; también he decidido abrazar, sobretodo abrazar.

3 comentarios:

Gatohombre en Paris dijo...

Hmmm, yo no quiero ser un robot. Ya no. Preferiría que el robot fuera Usted, para desarmarla y saber qué es lo que tiene en la cabeza y leer su memoria. Sin embargo, la transformación del mono en hombre nos ha hecho ya mucho daño, ahora imagine la del hombre (mujer en su caso) en robot (robotina, en su caso).

lalu dijo...

Imagino que la última transformación sería muy útil, porque entonces seríamos predecibles y sería muy aburrido. ¿Para qué así?

Gatohombre en Paris dijo...

Pues a veces la predicibilidad da un noséqué, algo parecido a ponerse las gafas y respirar tranquilo: lo que viene acercándose no es un camión que nos quitará la vida, sino un señora ofreciendo jugos... o qué sé yo. Igual tomaré nota y le preguntaré.