Hoy, día de flores y rocíos artificiales que permitirán que la estética del conjunto de fechas y un nombre, permanezca por la semana que pasará, decente. Todo, para que pueda volver a ser invocado por miles de palabras rápidamente dichas que esperan una respuesta. Todo controlado, todo como constructor de recuerdos de infancia que vuelven a la mente en varios sentidos: lo que han aprendido porque alguien más lo quiso, o lo que hace parte de ellos por situaciones que solo ellos quisieron hacer eterna a través de su meticulosa memoria.
Día también de felicitaciones, demasiadas para mi gusto si alguien pregunta. Nadie lo hace, no es necesario. Dejémoslo así, felicitaciones que abren y cierran comunicaciones instantáneamente, que ni siquiera permiten que a ese intercambio de palabras se le llame comunicación. Gracias. Feliz. Adiós. Así fueron las cosas. Regalos, silbidos, iglesias antiguas con video-vin y presentaciones en power-point del evangelio.
No sé qué hacer cuando estoy en una iglesia, cuando estoy dentro porque decido dejar de lado lo poco que empiezo a pensar sobre Dios, la iglesia, instituciones, descanso eterno o pecados, y acompaño a alguien que me importa, mi papá en este caso, entrando ahí. Bueno, después de tomada la decisión normalmente resulta más difícil ponerla en práctica. Entonces entro, miro a la gente, al señor que se para al frente, al que hablará por los próximos 30 minutos, busco un lugar y me siento. Trato de "detectar", las acciones que convertidos en patrones habrán de traer a mí el recuerdo del colegio, cuando el padre Jorge me oía y me gustaban las misas, aunque siempre haya perdido religión e incluso haya puteado privada y públicamente a la profesora que admito, era una especie de santa (en el sentido estricto de la religión cristiana, se podría decir que alguien muy obediente y algo aburrida).
No fue tan difícil, era cuestión de parase, darse la bendición, repetirlo; arrodillarse, pararse… bueno, es casi un ciclo sin variables hasta que personas se disponen a pasar entre nosotros los oyentes (generalizar a veces da crédito a quien no lo merece. Vi cómo gente se iba quedando dormida durante la “presentación”), con bolsas vacías para volver al altar con éstas llenas. Bolsitas oscuras que suenan para que los creyentes se percaten de la presencia de la alcancía de tela, que suplirá, como ya lo había dicho antes el señor del frente, las necesidades, las de la iglesia en general. No tenía plata, no colaboré. Acepto que hubiera pensado más de 2 veces, seguro muchas, las suficientes para que el turno se hubiera pasado, entre colaborar o no. Todo ese tiempo pensé en lo que hacía casi de manera automática, entre seguir o no, entre respetar a medias o desconectar las razones de la lengua que incansablemente se movía, entre acompañar o simplemente seguir el instinto que torpemente insiste en detener las palabras, en sacarme de ahí, en pensarlo mejor y no dejarlo morir…
Hoy pensé en ese padre, Jorge, sobre todo cuando era momento de comulgar, pensé en lo difícil que sería volver a hacerlo con un extraño que utiliza sus juicios e interpretaciones como imperativos de mi vida. Sobre todo después del desastre entre razones y acciones, que incoherentes pertenecían al mismo tiempo, las cuatro de la tarde, y al mismo espacio, mi cuerpo.
La última vez que lo vi, le desnudé mi alma a través de lágrimas que interminables se paseaban por el sofá en donde me sentaba, a través de palabras que pretendiendo conectar pecados con hastío se metían en sus ojos, sobre todo por sus ojos, que verdes respondían con imágenes propias del ardor, del incontenible cambio de seco a húmedo. Supo responder de tal forma que la conversación siguió fluyendo, aunque sin necesidad de muchas palabras, se compartieron las lágrimas, los sentimientos que aprisionaban el alma y un chocolate que después me comí sobre una mesa de madera, dentro de un ambiente que trataba de recuperar pero que inevitablemente había cambiado. Cambiado demasiado para seguir con mi idea de restauración y recuperación de imágenes y lugares.
Pero qué sería de esta entrada si nisiquiera escribo sobre la supuesta festividad de hoy, que entre otras cosas solo juzgo comercial? No sería nada si no aprovechara la excusa que alguien más inventó para agradecer al bizcocho de naranja su existencia. Aunque definitivamente no por ser lo que permitió la vida, la mía, biológicamente hablando, sino porque ha sido capaz de enseñarme el significado de algo tan importante como el silencio. Agradeceré la enseñanza de situaciones llenas de vacío, e incluso así llenas de significado a través de experiencias que se agolpan en hojas que implicitamente escribo gracias a los 2. Pero que hoy agradezco a ti especialmente.
Recordé también hoy, el día que murió el abuelito, tu papá pa... recuerdo que después de ver cómo lo enterraban, después de presenciar el drama que supone el comienzo de una pérdida, de un duelo inesperado, nos sentamos en la mesa, a comer. Yo te miraba de frente, imaginando cómo podría yo sobrellevar el hecho de que estuvieras dentro de un hoyo sin la posibilidad de recrear nuevas situaciones, nuevas conversaciones que implícitas eran capaces de formar un diálogo jugoso.
Recuerdo pues, que pensando en esa posibilidad, lloré nuevamente (ya había dormido sobre lágrimas y también babas secas después de la noticia), lloré de miedo, lloré aterrada al imaginar que el dolor de perder al abuelo sería doble si te perdiera a ti.
Momento que me ayuda a reconstruir nuevos recuerdos de la joya que representas... te quiero.
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