4 de enero de 2018
La muerte siempre es una cosa brava. Es demasiado definitiva para nosotros, que siempre queremos segundas, terceras, cuartas oportunidades, nosotros que no sabemos sino equivocarnos, una y otra vez… Entonces la muerte de alguien cercano se lleva a la persona (física) y de paso tiñe de dolor a todos quienes la quisimos y nos quedamos sin ella. Cuando eso pasa los recuerdos felices quedan como en un limbo, son felices, sí, pero en ese momento esa felicidad te recuerda sobre todo que ya no hay posibilidad de que se dé en un futuro, no, nunca. No porque alguna de las dos personas no quiera, Nova amaba jugar y salir a correr por su juguete y lamernos y habría salido corriendo y hubiera dado dos vueltas y saltado encima de nosotros solo con ver su correa, su juguete o una galleta; no por eso, no porque no quisiera, sino porque ya no está.Sí, estas palabras son sobre y para Nova, la perrita de nuestra casa, de nuestra familia, la primera perrita de nuestra vida.
[Esto es, como siempre que escribo algo, parte de una terapia para tratar de ponerle orden a las cosas, para tratar de entender. Y lo postergo y al final me doy cuenta que no puedo escribir nada más sino escribo esto primero.]
Nova fue la primera perrita que hizo parte de nuestra familia, la primera perrita que cuidé, llené de picos y mimé todos los días estando en Manizales. A la que también regañé, le enseñé a acostarse y a volver cuando la llamaba. La primera con la que sentí todos los días que nos comunicábamos, que me hablaba con su cola, con sus ojos, con sus orejas, con todo lo que hacía. La primera perrita que me mordió mientras jugábamos para inmediatamente parar, sentarse y darme su juguete, cosa que en otra situación nunca habría hecho, como diciendo: “me pasé, yo sé, perdón”; la que por eso me dejó morados en el labio, las manos, los brazos y las piernas. La que jugaba con su correa mientras salíamos a pasear, la que buscaba y le pedía a Checho que levantara las cobijas cuando ya se iba a dormir, la que vivía llena de energía, la que se sabía quitar el bozal y mordía cualquier cosa que se le atravesara. La que empezaba a ladrar si Checho se demoraba mucho en las noches y enloquecía de emoción cuando oía su moto. La que se acomodaba en la mitad de la noche para ponerte su cabeza en las piernas y hacerte cosquillas con sus bigotes. La que se estiraba y te ponía sus enormes patas y uñas en la cara (sí, era un despertar algo doloroso). La que se dejaba cargar, abrazar, sacar medias de la garganta, llenar de picos y bañar sin problema. La que salía a despedirse y no se devolvía hasta que dejara de verte, a la que le encantaba comer boñiga de caballo y entonces tocaba vigilar cada que salíamos. La que cuando se sentaba quedaba “rodillijuntapatiapartada” mientras se iba resbalando sobre el piso. La que cogía la toalla naranja del baño y la llevaba al cuarto, orgullosa, para empezar a morderla. La que empezaba a gruñir cuando no podía quitarte su juguete y se dejaba igual llenar de picos. La de la crestica en el cuello. La que organizaba la cobija en el patio para hacerse en el sol. La que sabía que no podía entrar al cuarto de mis papás. La que iba mojando todo por ahí mientras olfateaba con su nariz. La que hacía un esfuerzo increíble por no morder la media que le ponía enfrente cuando tenía una galleta en la otra mano; tan grande el esfuerzo que incluso si ella miraba hacia otro lado, su hocico, sus labios intentaban abrirse al estar cerca de la media maloliente que me había acabado de quitar. La que hacía temblar a más de uno antes de entrar a la casa por su presencia. La que nos saludaba a cada uno cuando llegábamos a la casa, a todos, sin importar si la consentíamos mucho o no. Como si en el fondo supiera que todos la queríamos aunque le demostráramos cariño de maneras distintas. La perrita que nos enseñó, sin querer, de fortalezas, responsabilidades (enormes), paciencia, angustias, alegrías y amor permanente y despreocuado...
Nova GM, te vamos a extrañar y a querer mucho más tiempo del que alcanzaste a estar con nosotros. La frustración y la tristeza por no poder evitar lo que pasó solo se atenúa un poco con el hecho de saber, con seguridad, que te quisimos con todo, que lo hicimos todo, que vimos todos los videos que pudimos y molestamos a todos los amigos que teníamos haciendo preguntas para asegurarnos de que estuvieras bien, para asegurarnos de entenderte, de darte lo que necesitabas. Esperamos que estés en el paraíso de las medias, mordiendo y comiendo todas las que puedas sin que una sola te dañe por dentro.
…
Y no, no la humanizamos por sentir dolor, por quererla, por llorarla, por extrañarla de la manera en la que lo hago, en la que todos en mi casa lo hacemos. La quisimos y aún lo hacemos. Reconocer su animalidad, la de Nova, y la nuestra por ahí derecho, no es humanizarla. En cambio lo que sí nos deja todo esto, haberla hecho parte de nuestra familia y después perderla, es sentirnos más humanos o más animales (como para ir quitándole la acepción negativa que tiene la palabra), más cerca de ella y del resto de seres sintientes que habitan este mundo.
2 de octubre 2018
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