Los límites no son físicos, y que
desde ya quede claro que esto no tiene intención alguna de sonar a superación
personal, pero los límites no son físicos, algunos, quiero decir, no lo son. Estoy sentada
en un salón donde hablan del holocausto, de cómo todo pasó no de manera velada,
como a la gente le gustaría creer, para poderse lavar las manos o poder tener un poco
más de fe en los seres humanos; sino frente a toda una comunidad internacional. Sentada también oigo la respiración ahogada por la sorpresa, el disgusto de oír algunos hechos y el gusto a la vez, de poder decir que esa sorpresa es la única respiración cortada que podrían presenciar, que no podrían. Pienso en esa última parte: "Yo no podría, cómo se les ocurre..." y me pregunto si la persona miente adrede o si no sabe si lo está haciendo, descaradamente, porque en este mismo instante pasan masacres, asesinatos, gente aún muriéndose de hambre y no veo a nadie actuar distinto, ni reconocer el enlace que hay entre la vida de cada uno y la miseria del otro. No hay límites físicos. No es que yo no pueda físicamente matar a una persona, porque yo podría coger un cuchillo y hacer sangrar a alguien más al cortarlo, porque tengo manos que servirían para eso. No es que yo no pueda físicamente hacerlo, tengo todos los medios. Los límites no son físicos. La razón por la que yo no mato a alguien no es porque no pueda, porque haya un impedimento físico, sino porque no debo, porque reconozco la importancia de ciertos límites, no físicos, sino morales si se quiere, internos. Es una decisión: no es que yo no pueda, es que no quiero y no lo voy a hacer. Lo que sea que termine siendo la vida de cada uno es decisión por acción u omisión, de cada uno.
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