Perdón (me) releo, me reescribo.
Lejana.
Hay partes donde no sé qué pensar, partes en las que las palabras forman un espejo en el que me veo y leo y algo me recorre el cuerpo: "Yo apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente, quiero dormir y soy una horrible campana resonando..."
Se me ocurre que la mayor parte de este cuento describe la sensación de estar haciendo las cosas bien por no hacer parte del teatro que hacen los demás o al revés, sentirse mal por hacer parte del teatro.
Pero al final se paga el precio de sentir más, de imaginar por fuera de los marcos, del teatro que se vuelve rutina. Se paga el precio al no tener que imaginar las sensaciones porque ya no existe dualidad, ya no existen dos espacios, uno lleno de sensaciones que atesora y el otro lleno de normalidad con la que no está de acuerdo. Se paga la deuda cuando no tiene que imaginar las sensaciones porque solo éstas existen. Ya no son más el escape de la corriente, se han convertido en la única realidad. Y aunque hermoso, claro, ahora sí duele y no hay secretas ventajas.
"Todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo...".
¿Sabe dónde está?
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