Duermo, duermo muchísimo, me levanto y tengo sueño, y entre más duermo más sueño, y claro, más me arden los ojos. Me levanto tarde, creo que no me bañé, pero ya no me acuerdo...
Alguien sonriente me cuenta sobre su exitoso reconocimiento, y me alegra, en serio. Me habla después de lo que le dijeron que debería hacer frente a ciertas cosas, las reacciones que uno debería tener, las que son saludables y no dejan que nada se vaya acumulando dentro, las que permiten que estés limpiecita todo el tiempo. No me alegra eso. Alguien diciéndome cómo tengo que hablar, sorprenderme, reírme?, ¿cómo estar limpia? ¿cómo ser saludable? Me arden mucho más los ojos ahora, le trato de explicar que esa no es la idea de ir donde un psicólogo, pero me habla de lo beneficioso que ha resultado hablar con alguien sobre todo lo que tenía guardado; no dudo que lo haya sido, pero sigo con la idea. No voy donde nadie para que me diga lo que tengo que hacer, ayuda es una cosa que se puede confundir con silencios y consejos; reglas de acción son otras. Las últimas no las acepto. Punto.
La conversación sigue, me cuenta sobre las conclusiones a las que le han ayudado a llegar, según eso, se ha dado cuenta de que no puede sola…
-Ahhh? No, ya no más, voy para asegurarme de que esto siga siendo sólo ardor. Adiós, felicitaciones por tus descubrimientos.
Algo estalla en la calle, la gente corre y se calma, vuelve a sonar, corre más gente. Miedo, sí, la gente que se tapa media cara da miedo, pero en fin, no me moví, no me ardieron los ojos. Después veo un ratón muerto en la esquina y siento como si me dijeran: “Si sigue llorando por nada, le voy a dar razones para que llore por algo, carajo!”. Fair enough.