Mareada. Un poquito no más.
Te asfixias por entrar y ya dentro, ya dentro estás encima de alguien y quieres salir cuanto antes.
La puerta empuja para que entres, y oyes cómo las galletas se vuelven migas. Galletas no más.
Bien por ahora: no sé ni qué está tocando mi mano en este momento, ni qué me toca a mí, pero está bien. Alguien sale y el espacio de uno lo quieren tres. Entran partiéndote en dos, pero me quiero ver llegar. Creo que me puedo dar aire solo pensándolo y cierro los ojos, sin pensar en que se me doblan los pies y en que se me baja todo. Piensa, piensa, respira fuerte, no, mejor no: huele a profesora de quinto: perfume dulce que marea más. Pien...
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Encima de un tipo que he estado evadiendo en este roce constante. Palabras a lo lejos que piden una silla. Tengo frío: puta! siento las manos del man bajándome el buso que subió a mi nuca mientras yo bajaba el piso o intentaba hacerlo dejándome caer, porque no hay espacio sino para estar parado. Tengo el buso en la nuca y siento las manos del señor, que además me sientan. Gracias. Le pido el bolso a una mujer que amenaza con dejarme ciega con el botón de su pantalón. De pronto era su silla, debo correr el riesgo.
Esta vez manos y gente antes que cemento duro y frío. Bueno, uno provoca morados en el cuerpo, el otro miradas. Da igual, no es cosa de decidir.
Segunda del mes.
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