A uno le toca oir muchas bobadas. Cuando la gente habla tanto, es algo inevitable. Por ejemplo, en este preciso instante escucho 'te amos' y 'me encantas, 'no me canso de decírtelo' y 'seremos novios así no nos veamos', y 'te estaba pensando pero no me atrevía a llamarte' de una noche de mucha saliva, en la que casi toda, estoy segura, fue utilizada como insumo para la labia y las alabanzas a las que deben recurrir para ganarse una sonrisa; el otro poquito, se va o viene reclamando el premio por el que su boca había decidido secarse de esa manera.
Las reuniones familiares me divierten de muchas formas.
Primero, está eso, primos lejanos que deciden conocerse y las primas que siempre se hacen esperar y ponen pruebas de las que son el premio.
Segundo, lo cual pasa de ser divertido a ser incómodo a su antojo, es la cantidad de gente desconocida que por alguna extraña razón tiene idea de quién es uno e incluso a veces dan nombres que siempre logran hacer referencia a una persona que pertenece a este amplio núcleo familiar.
Y bailar, bailar salsa, bailarla con alguien que sepa, con alguien que te haga dejar de sentir la parte baja de tu espalda por la forma en la que debes bailar: moviéndote para seguir el ritmo, para seguir las órdenes de una de las manos.
Además, me gusta cómo bailar se vuelve en un momento de tregua, en el que no se mira o se piensa nada y solo se siente el momento, se vive...
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